Alan Jara regresó de su infame cautiverio, o muy agradecido con su captores que lo dejaron salir, o muy despistado. Llegó “hablando fuerte “sobre el cacareado y mal llamado “acuerdo humanitario”, proponiéndolo como la única solución para que los secuestrados vuelvan sanos y salvos a sus hogares. El despiste del señor Jara consiste en que la Farc NUNCA ha estado interesada en una acción humanitaria, y lo único que ha pretendido es obtener el despegue estratégico de un territorio colombiano para reorganizar sus menguadas fuerzas beligerantes, o narco agresivas, mejor.
Durante estos años han llamado “acuerdo humanitario” al acto de liberar miembros de grupos armados a cambio de civiles inocentes y militares que representan al estado democrático; curioso –por decir lo menos- que repitan esta consigna ex presidentes, congresistas y personajes del país sin pensar en las consecuencias morales, políticas y humanas (qué tal más secuestradores sueltos). Como bien anotó al respecto días atrás el vicepresidente, “hay un problema semántico que el país debe empezar a entender”, y de ese problema nos ocuparemos.
Las circunstancias del caso actuales e históricas, incluso los acuerdos de Ginebra, hacen inaplicable la conjunción de los términos “acuerdo” y “humanitario”. Quienes todavía no nos reponemos del vil asesinato de los dos prohombres antioqueños y sus compañeros y de los diputados del Valle –entre otros- vemos más lejos aún el sentido de “humanitario” que se le pretenden dar al “acuerdo”, el cual parece más bien un canje, chantaje, trueque, cambalache o incluso trata de blancos, que si acaso podría soportar, en lugar de humanitario, el calificativo de pragmático, esperanzador, entreguista, claudicante, etc.”.
Es que comerciar con el dolor de los inocentes –víctimas y familiares- va más allá de toda concebible impiedad. ¿Porqué tal impasibilidad ante el sufrimiento ajeno? Algo ha de pasarle a la gente cuando vive huyendo en la selva. Cómo es posible que los líderes de las Farc, quienes deben ser inteligentes para sostener tamaña empresa, nieguen la realidad de que los colombianos estamos hartos de su proyecto narco-bélico-político, que la comunidad internacional comenzó a despreciarlos por sus secuestros, que el apoyo popular y de los intelectuales “de izquierda” se esfumó hace tiempo, que se le vino encima el Muro de Berlín, y ni se percataron de ello; ya Rusia ni Cuba son espejos, ni espejismos, de lo que farquianos y helenos prometieron para los pobres, lustros atrás; además, la justicia social que los congregó se ha transformado, de hecho, en acciones contra los más desfavorecidos. ¡Quién pierde cuando derriban una torre de conducción de electricidad? Los tenderos de la esquina, que no tienen para comprar una planta eléctrica...
Es que comerciar con el dolor de los inocentes –víctimas y familiares- va más allá de toda concebible impiedad. Es inexplicable desde la conciencia de cualquier ser que merezca llamarse humano, la IMPASIBILIDAD (incapacidad de padecer o de sentir) de los líderes de la Farc ante tanto sufrimiento que generan, dizque para servir al pueblo y promover su revolución.
La Farc nos recuerda el mito de PROCUSTO. Este personaje pretendía “nivelar” a todos sus huéspedes, pero a su modo: los acomodaba en un lecho, y si a alguien le sobresalían los pies, se los cortaba, y a los más bajitos los estiraba atándoles grandes pesas. Menos mal que apareció Teseo, una especie de Rambo de la época, y acabó con Procusto dándole su misma medicina. ¿Cuándo entenderán estos farquianos que la igualdad social no se logra eliminando pies y cabezas, y que sus actos no generan sino más pobreza, tragedias y repudio universal?
El vocablo ACUERDO deriva del verbo ACORDAR, significa determinar o resolver de común acuerdo o por mayoría un asunto. Ahora bien, para que se pueda hablar de “acuerdo” (como de negocio, intercambio, trueque) es condición necesaria que las partes tengan interés en lograrlo; y al parecer, en este doloroso caso, una sola parte –los dolientes y el gobierno- ha sido la única interesada. Es impresionante tanto verbo mientras la contraparte –la FARC- calla estratégicamente y no demuestra ni el más mínimo interés, ni humanidad. Y como si faltara más locuacidad, miembros de la autoproclamada “sociedad civil” no hacen sino hablar, viajar y casi exigirle al gobierno que libere a los secuestrados. Ahora resulta que a los ojos del mundo y de otros despistados colombianos es el presidente Uribe y su gobierno los responsables de que la FARC tenga secuestrados a centenares de colombianos en condiciones nada humanitarias.
Alguien replicará: “Pero la FARC sí quiere el tal acuerdo humanitario, y sólo exige que se les despeje un pedacito del territorio nacional”. ¡Claro!, pero ellos mismos han repetido que el tal despeje es sólo para “hablar de la posibilidad”, no para acordar el intercambio de inocentes por delincuentes. Y como si faltaran más hablantinosos, está unido al coro nada menos que el presidente Chávez, quien cada día parece más un híbrido de los dictadores Trujillo, Mussolini e Idi Amín.
Durante estos años han llamado “acuerdo humanitario” al acto de liberar miembros de grupos armados a cambio de civiles inocentes y militares que representan al estado democrático; curioso –por decir lo menos- que repitan esta consigna ex presidentes, congresistas y personajes del país sin pensar en las consecuencias morales, políticas y humanas (qué tal más secuestradores sueltos). Como bien anotó al respecto días atrás el vicepresidente, “hay un problema semántico que el país debe empezar a entender”, y de ese problema nos ocuparemos.
Las circunstancias del caso actuales e históricas, incluso los acuerdos de Ginebra, hacen inaplicable la conjunción de los términos “acuerdo” y “humanitario”. Quienes todavía no nos reponemos del vil asesinato de los dos prohombres antioqueños y sus compañeros y de los diputados del Valle –entre otros- vemos más lejos aún el sentido de “humanitario” que se le pretenden dar al “acuerdo”, el cual parece más bien un canje, chantaje, trueque, cambalache o incluso trata de blancos, que si acaso podría soportar, en lugar de humanitario, el calificativo de pragmático, esperanzador, entreguista, claudicante, etc.”.
Es que comerciar con el dolor de los inocentes –víctimas y familiares- va más allá de toda concebible impiedad. ¿Porqué tal impasibilidad ante el sufrimiento ajeno? Algo ha de pasarle a la gente cuando vive huyendo en la selva. Cómo es posible que los líderes de las Farc, quienes deben ser inteligentes para sostener tamaña empresa, nieguen la realidad de que los colombianos estamos hartos de su proyecto narco-bélico-político, que la comunidad internacional comenzó a despreciarlos por sus secuestros, que el apoyo popular y de los intelectuales “de izquierda” se esfumó hace tiempo, que se le vino encima el Muro de Berlín, y ni se percataron de ello; ya Rusia ni Cuba son espejos, ni espejismos, de lo que farquianos y helenos prometieron para los pobres, lustros atrás; además, la justicia social que los congregó se ha transformado, de hecho, en acciones contra los más desfavorecidos. ¡Quién pierde cuando derriban una torre de conducción de electricidad? Los tenderos de la esquina, que no tienen para comprar una planta eléctrica...
Es que comerciar con el dolor de los inocentes –víctimas y familiares- va más allá de toda concebible impiedad. Es inexplicable desde la conciencia de cualquier ser que merezca llamarse humano, la IMPASIBILIDAD (incapacidad de padecer o de sentir) de los líderes de la Farc ante tanto sufrimiento que generan, dizque para servir al pueblo y promover su revolución.
La Farc nos recuerda el mito de PROCUSTO. Este personaje pretendía “nivelar” a todos sus huéspedes, pero a su modo: los acomodaba en un lecho, y si a alguien le sobresalían los pies, se los cortaba, y a los más bajitos los estiraba atándoles grandes pesas. Menos mal que apareció Teseo, una especie de Rambo de la época, y acabó con Procusto dándole su misma medicina. ¿Cuándo entenderán estos farquianos que la igualdad social no se logra eliminando pies y cabezas, y que sus actos no generan sino más pobreza, tragedias y repudio universal?
El vocablo ACUERDO deriva del verbo ACORDAR, significa determinar o resolver de común acuerdo o por mayoría un asunto. Ahora bien, para que se pueda hablar de “acuerdo” (como de negocio, intercambio, trueque) es condición necesaria que las partes tengan interés en lograrlo; y al parecer, en este doloroso caso, una sola parte –los dolientes y el gobierno- ha sido la única interesada. Es impresionante tanto verbo mientras la contraparte –la FARC- calla estratégicamente y no demuestra ni el más mínimo interés, ni humanidad. Y como si faltara más locuacidad, miembros de la autoproclamada “sociedad civil” no hacen sino hablar, viajar y casi exigirle al gobierno que libere a los secuestrados. Ahora resulta que a los ojos del mundo y de otros despistados colombianos es el presidente Uribe y su gobierno los responsables de que la FARC tenga secuestrados a centenares de colombianos en condiciones nada humanitarias.
Alguien replicará: “Pero la FARC sí quiere el tal acuerdo humanitario, y sólo exige que se les despeje un pedacito del territorio nacional”. ¡Claro!, pero ellos mismos han repetido que el tal despeje es sólo para “hablar de la posibilidad”, no para acordar el intercambio de inocentes por delincuentes. Y como si faltaran más hablantinosos, está unido al coro nada menos que el presidente Chávez, quien cada día parece más un híbrido de los dictadores Trujillo, Mussolini e Idi Amín.
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