lunes, 6 de abril de 2009

1) DE ÁRABES Y JUDÍOS

1)De Árabes y Judíos
El sempiterno conflicto en Oriente medio, inflamado en estos días con las bombas de unos y los cohetes de otros, nos trae a diario las palabras que describen a sus protagonistas, agresores y agredidos, aunque al parecer estos dos vocablos caben en la misma persona llámese judío, israelita, sionista, hebreo, árabe, musulmán, mahometano, islámico, etc. ¿Cómo se distinguen?

Según la tradición bíblica, Noé tuvo tres hijos antecesores de los demás pueblos de la tierra (Gen. 10,32); de uno de ellos, Sem, provienen, entre otros, árabes y judíos (de ahí el error humano y conceptual de los nazis al perseguir a los judíos como semitas, pues esta raza se disolvió). Abraham (hacia 1800 a.C) fue el padre del actual pueblo judío (pueblo, por la comunidad de origen y costumbres) cuya intensa y complicada historia, al igual que sus formidables comunicaciones con su dios, Jahveh, la aprendimos en los años escolares.

Como hablaban una lengua semítica, el hebreo, los otros pueblos los designan como hebreos (Gen. 39,14). Un nieto de Abraham, Jacob, recibió del ángel un nuevo nombre, Israel (Gen.32,28), cuyos doce hijos conformaron “las doce tribus de los hijos de Israel”, por lo cual se autodenominaron israelitas, quienes adoptaron luego la ley de Moisés, conquistaron Palestina (Gen. 7,1-7) e incluso ¡la continúan conquistando¡

A la muerte del rey Salomón ocurrió una división: diez tribus ocuparon el norte y formaron el Reino de Israel; las otras dos –la de Benjamín y Judá- ocuparon el sur y crearon el Reino de Judá, que incluía Jerusalén. Ambos reinos fueron conquistados y sus habitantes deportados, el primero por los asirios (721 a.C) y el segundo por los babilonios (587 a.C.). Los del sur –los de Judá- preservaron mejor su unión y creencias religiosas durante el cautiverio; al retornar construyeron en Jerusalén un nuevo templo unificador de su fe, y por ello el nombre judíos se impuso en la historia para identificar al pueblo de Israel y a sus descendientes.

Diversos avatares condujeron a su dispersión por el mundo, especialmente a partir de la sangrienta toma de Jerusalén el año 69 d.C. narrada en escalofriantes relatos por el escritor contemporáneo judeo-romano Flavio Josefo. En 1897 apareció un movimiento político –el sionismo- para promover la creación de un estado independiente para los judíos en Palestina, y lograron crear por decreto de la ONU en 1948 el estado de Israel, de tal manera que israelita es ahora el oriundo de Israel, y el conflicto actual por la tierra es entre palestinos e israelitas, más que entre judíos y musulmanes, y cuando se cuestionan sus avances –o despojos- territoriales, el responsable es el sionismo, más que al judaísmo.

Los judíos son entonces un grupo de personas unidas durante cerca de 3000 años por lazos de religión, sangre, cultura e historia; que constituyan una nación o un grupo religioso es materia de discusión, pues no hay una definición de “judío” que todos compartan. El judaísmo es la religión tradicional y oficial de los judíos. Los judíos oriundos de España se conocen como sefarditas. ¿Por qué los han detestado tanto? A unos, por avaros (como los escribe Shakespeare en El Mercader de Venecia); a otros porque su talento para hacer dinero nos despierta envidia; y a la mayoría, porque nunca se integraron realmente a las culturas y países que habitaron después de la diáspora del año 69. Siempre se consideraban y se presentaban como: “judío de España, o “judío , de Alemania”


En el otro bando bélico están los palestinos que viven como sardinas en una pequeña franja territorial, la franja de Gaza y otros que habitan territorios compartidos más al norte, al occidente del río Jordán. También los llaman árabes, porque la palabra árabe designaba originalmente a las tribus nómadas de la península arábiga, y desde tiempo atrás se aplica a los nativos de Arabia y a los pueblos de lengua árabe, esparcidos desde el extremo noroccidental de África hasta el golfo Pérsico. Estos árabes fueron tribus dispersas, cada una con sus dioses, hasta cuando hacia el año 630 de nuestra apareció un nuevo profeta que creyó –y le creyeron- que Dios hablaba por su boca, predicando una nueva religión monoteísta (que reconoce un solo dios, Alá) y un principio supremo: “la entrega a la voluntad de Dios”, concepto que en lengua árabe es islam. Islamismo es entonces el conjunto de dogmas y preceptos morales contenidos en el libro de Mahoma, El Corán, e islámico quien los acepta. Los nuevos adherentes practicantes recibían el nombre árabe de muslim, que significa creyente, del cual deriva, a través del francés, la palabra musulmán. La forma española de Muhammad es Mahoma, y por eso es mahometano quien sigue sus enseñanzas o su religión. En esencia, la palabra islámico enfatiza el apego a la doctrina, musulmán, a la doctrina y las obras, y mahometano al profeta fundador, pero no tienen diferencia práctica.

Esta nueva religión congregó a las tribus de la península proporcionándoles unidad política, religiosa y cultural. Crearon el Imperio Musulmán, que extendió la religión islámica -y en parte la lengua árabe- desde Indonesia hasta España, en unos lugares por la fuerza de la palabra, en otros por el terror, la intimidación o la conveniencia.

En Arabia septentrional (que significa “al norte”, por las siete estrellas de la Osa Mayor) habitaba la tribu de los aguerridos sarracenos. La palabra sarraceno adquirió en occidente sentido peyorativo y con ella designaban a musulmanes, árabes o moros, principalmente cuando ejecutaban actos de piratería. Los moros eran los musulmanes árabes habitantes de África fronteriza con España, que ocuparon buena parte de la península ibérica; mozárabes eran cristianos que vivían entre los moros de España, y moriscos los moros que permanecieron en España luego de su expulsión por los Reyes Católicos en 1492.

Como ven, muchos vocablos para unos individuos que, al parecer, no caben en el mismo rincón del planeta

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